Ha sido un año difícil para el hombre más poderoso de la industria del salmón. Huelgas, cuestionamientos internacionales y permanentes acusaciones de daño ambiental. Desde su refugio en el sur, Puchi, presdiente del directorio de Empresas AquaChile, responde a las críticas, y pone luz amarilla en el crecimiento de la industria. "Es el momento de ordenar lo que tenemos y tener un crecimiento más sustentable", dijo Puchi a la Revista del Sábado de El Mercurio.
Perlas traslúcidas de color naranjo. Miles de pequeñas esferas brillan dentro de cajas de plumavit. Dentro de cada una hay dos puntos negros: los ojos. Son ovas. Huevos de salmón fecundados en un laboratorio: El primer eslabón en la vida de un pez que terminará aderezado con soya, hecho sashimi, en la mesa de algún japonés.
Enfundado en un delantal de plástico, ruidoso, blanco, reluciente, camina a tranco pesado sobre botas de agua Víctor Hugo Puchi, el dueño de la empresa. Uno de los socios de AquaChile, la mayor salmonicultora del país, segunda productora mundial del pez de piel plateada y carne naranja.
Limpieza quirúrgica: Puchi mete las botas blancas en una caja con un líquido desinfectante fucsia y saluda. "Buenos días", le contestan a coro las veintiséis mujeres que trabajan sentadas en la sala. Una sala fría, húmeda, como les gusta a las ovas. Una sala donde todo, salvo éstas y el pelo de las señoras -esposas e hijas de algún empleado de la empresa- es blanco.
Pinza en mano, las mujeres mueven las ovas de aquí para allá, escudriñando, buscando las perlas que no brillan. Nácar es el color de la muerte. Una mancha blanca delata infesta de hongos. Cuatro puntos negros y son siameses. Esta es una carrera cuya meta es la perfección: ova perfecta, salmón perfecto. El resto, basura animal.
-Los losers hay que eliminarlos lo antes posible. Uno desarrolla tecnologías para quedarse con los winners. Tal como funciona en la naturaleza.
Puchi habla en un día de pleno invierno, con un sol que ilumina pero no calienta, en medio de la vegetación verde, espesa como su barba, en el centro de piscicultura que AquaChile tiene en Ensenada, frente al lago Llanquihue, Décima Región; la región donde el salmón se lo tomó todo. Y donde Puchi es un pez gordo.
Fue en pleno invierno de 1952 cuando, con la asistencia de una partera de pueblo, su madre lo parió en Coihaique, la capital de Aisén, Décimoprimera Región. Vivió ahí los tres primeros años de su infancia, hasta que su abuelo, decepcionado porque su hijo -el padre- había dejado los estudios de veterinaria a medio camino, los desterró. Se mudaron más al sur, a Cochrane, un rincón desolado en las profundidades de la Patagonia. Donde cuesta llegar. Donde cuesta salir. Ahí donde Rodolfo Stange, ex general director de Carabineros durante la dictadura de Pinochet, era el teniente del retén. Donde también estuvo destinado el teniente Hernán Merino, quien fuera muerto en un enfrentamiento en Laguna del Desierto.
Imposible no conocerse. El Cochrane en que creció Puchi eran seis casas. La suya quedaba frente a la escuela. Ahí estudió de primera a cuarta preparatoria. El profesor, para todos los ramos, todos los años, fue el mismo.
En el centro de piscicultura de Ensenada, las ovas eclosionan dentro de cajas plásticas donde el agua fría entra y sale por un tubo, tratando de imitar las corrientes naturales del Llanquihue.
Cuando el alevín se convierte en un smolt, un pequeño salmón que se alimenta de pellets -pequeñas bolas secas de harina de pescado y vegetales (se requieren 1,3 kilos de alimento para hacer un kilo de filete)- es trasladado a una jaula en algún lago de verdad.
Algunos llegan al sector de Puerto Fonck.
Víctor Hugo Puchi mira esas jaulas desde su jardín, uno donde las camelias crecen del tamaño de árboles.
-Tengo que reconocer que se vería mucho más bonito si no hubiera nada -dice mirando la bahía-. Pero tampoco es algo terrible. Hay gente que financia ONG para proteger la vista de su bahía, gente riquísima que pone plata porque quiere simplemente tener una mejor vista. Pero la sociedad tiene que poner en la balanza, ¿queremos eso?, ¿o queremos alimentos para el mundo? No porque alguien tiene recursos económicos puede detener el crecimiento de una industria que produce un alimento sano.
Seis millones de personas en el mundo comen una porción de salmón chileno cada día. Sin embargo, es una industria sin historia ni raíces en el país. Un joven de apenas veintiséis años que nació como un proyecto de la Fundación Chile y que, de la mano de empresarios como Puchi, se convirtió en un protagonista clave de ese sueño llamado "Chile: Potencia Alimentaria" que intenta, a tropiezos, hacerse realidad. Da trabajo a 55 mil personas en todo el país, y es la principal fuente de empleo de la Décima Región, cuya economía agrícola estaba en decadencia. "Muerto Montt,capital de la Pésima Región", le llamó, con sarcasmo, un dirigente gremial a Puerto Montt para ilustrar cómo era antes del salmón.
En la región de Los Lagos, la fiebre naranja lo invadió todo con sus jaulas. Y comenzó a caer mal. Mal entre los veraneantes. Mal en las ONG ambientalistas. Mal en los sindicatos. Mal en algunos políticos.
-Como ocurre con los sectores nuevos cuando parten, todo el mundo está feliz. Pero lo hicimos muy rápido. No se previó que el exceso de presencia llevaría a que nos cuestionaran. Es parte del costo del progreso y frente a esos hechos consumados la postura es ver cómo podemos mejorarlos. Operamos en un bien público que es el agua y tenemos la tremenda responsabilidad de manejar ese recurso con visión de largo plazo.
-Y eso, ¿lo han cumplido?
-Hemos tratado de cumplir y hemos fallado en muchas cosas, pero siempre con la voluntad y la apertura para entrar en diálogos constructivos e ir mejorando.
-Se les cuestiona por el impacto en el fondo marino.
-Eso es algo que nos preocupa. Podemos disentir en los métodos y parámetros, pero es un problema. AquaChile tiene un cuarenta por ciento de las concesiones ocupadas para así ir rotando y dejar descansar. Eso ayuda. Por eso será importante implementar la teoría de los barrios (que una salmonera se haga cargo de un sector completo y no estén mezclados), para que haya responsabilidades individuales. Y el tema visual. Obviamente lo hemos hecho mal. En nuestras instalaciones nos falta diseño de colores, nos falta fijarnos en ese tipo de detalles.
Su casa está sobre suaves lomajes de pastos verdes y en medio de una colección de coníferas. Por ahí deambulan perros, gatos, gallinas, patos, pavos reales, ñandús y -a veces- algún zorro. El zorro tiene permiso para comerse las gallinas, dice Puchi. La casona perteneció a una familia de colonos alemanes que están sepultados en el jardín. Es de tejuelas. Los muebles son sencillos, antiguos y en todos lados hay flores secas. Reminiscencias del verano que pasó.
La cocina a leña lo calienta todo. En la larga mesa del comedor están sentados sus cuatro hijos, sus amigas, pololos y pololas. Conversan. Toman jugo de frambuesa. Las mujeres bordan almohadas de olores que cosecharon más temprano en el jardín. Puchi toma el mate que le sirve su mujer. Mate amargo, como el que aprendió a tomar cuando niño en Aisén.
Cuando terminó cuarta preparatoria, Puchi montó el caballo que varios días más tarde lo dejaría en Chile Chico, aquel pueblo patagón donde los huasos usan boina y terminan las frases en ché. Allí lo internaron en el colegio local.
Veía a su familia cada seis meses.
-De vez en cuando llegaba una encomienda con calzones rotos- dice riendo.
Fueron dos años de aislamiento hasta que su madre consiguió que volvieran a Coihaique.
Todo indicaba que Puchi sería otro ganadero más de la Patagonia. Pero había algo mejor esperando por él.
Siempre fue buen alumno. Cursó sus humanidades en el Liceo San Felipe Benicio de curas italianos. Su gran amigo y profesor fue el sacerdote Faustino Gazziero, brutalmente asesinado a cuchillazos en julio de 2004 por un enajenado mental -un coihaiquino, Rodrigo Orias- cuando terminaba la misa en la Catedral de Santiago.
Se enteró de la tragedia mientras veía televisión.
-Quedé shockeado-dice. -Era el cura pelusa, el amigo de la juventud.
Los curas lo seleccionaron para terminar sus estudios, becado, en Estados Unidos. Puchi, a los 17 años, no había pisado Puerto Montt. Menos Santiago.
Partió con un inglés precario a un pueblo en las cercanías de Syracuse, en el estado de Nueva York. En un clima duro, frío, como al que estaba acostumbrado.
-Me cambió el mundo. Volví después de un año, hablando bien inglés, con la seguridad que te da sobrevivir a un shock cultural.
Se encantó con el mundo de los negocios y desechó la veterinaria que había dejado su padre por la Facultad de Administración de la Universidad Católica. Vivía en un pensionado. Ahí conoció a su mujer, Cecilia Reyes, también provinciana, que estudiaba Sociología en la Chile. Se financiaba los estudios vendiendo jeans, lápices Parker, radios que traía desde Coihaique, que durante la UP fue puerto libre.
Cuando pesan noventa gramos los smolts, son trasladados del lago al mar. En jaulas de treinta por treinta metros, con redes de quince metros de profundidad, alcanzan el peso final -entre tres y seis kilos- antes de ser cosechados. En cada jaula ingresan sesenta mil peces. De ahí sólo sale el 85 por ciento. Los losers se van a las esquinas a morir.
En Abtao, cerca de Chiloé, AquaChile tiene uno de los tantos centros de engorda. Se llega en lanchón. Antes de subirse, Puchi sumerge sus botas en el líquido fucsia. Cuando llega a la jaula repite el ritual.
Un pez flota en la esquina de una jaula, moribundo. Un operario lo saca y le da el golpe de gracia azotando la cabeza contra un fierro. Puchi mira el pescado de cerca. Lo toca. Está infestado de piojos.
Los parásitos son el enemigo número uno del salmón. Lo debilitan y lo hacen presa fácil de enfermedades, como el tristemente célebre virus ISA -anemia infecciosa del salmón- que provoca la muerte del pez. El virus, común en todos los países productores, brotó por primera vez en Chile en mayo del año pasado, en las jaulas de la noruega Marine Harvest, probablemente por la importación de ovas contaminadas. Tuvo un efecto mediático que llegó a las páginas del New York Times. Ahí se denunciaron supuestas prácticas cuestionables de la industria que luego fueron desmentidas por el mismo periódico.
Puchi lo atribuye a una estrategia comunicacional de los productores de Alaska para desprestigiar la salmonicultura chilena, sus férreos competidores en Estados Unidos.
-Nadie puede ser culpable de que en una crianza animal aparezca una enfermedad, es un hecho recurrente en cualquier proceso donde hay mas confinamiento e intensidad de cultivo. En el mundo es así, lo que tenemos que hacer es prevenir y hemos estado trabajando en eso.
Mientras habla de las enfermedades, Puchi mira cómo sus salmones, que de tanto en tanto dan saltos en el aire, son tratados con un producto contra los parásitos. Hay que ponerse mascarilla.
Las balsas se mecen como una descomunal cuna. Puchi camina con seguridad. Recordará después el conflicto que lo tuvo en las primeras páginas a principios de este año. Una huelga en la filial Aguas Claras que duró meses, que llenó páginas de la prensa y que terminó en los tribunales. Dirá que el golpe le dolió. Y que fue un conflicto importado desde Santiago. "Afortunadamente no despedimos mucha gente, 150 de 800. Tenemos que andar con las antenas paradas para captar las intromisiones. Tenemos que dialogar más con la gente".
De regreso a casa, raudo en su todoterreno, Puchi pasa frente al cementerio de Puerto Octay.
-¿Dónde me van a a enterrar? -le pregunta a su hijo Rodrigo, que va en el asiento trasero.
-En el Baker- le dice. Tirará sus cenizas en las aguas turquesa del río Baker.
Puchi sonríe. En la tierra del Baker. En Aisén. Su tierra.
Es ahí donde juega su papel más contradictorio.
Por un lado, como salmonero, se ha enfrentado a algunas ONG ambientalistas que lo critican por la contaminación del fondo marino. Por otro, simpatiza con ellas: Puchi se opone a la construcción de HidroAysén, el proyecto de Endesa y Colbún que, si llega a realizarse, inundará buena parte de la Patagonia.
-Me opongo, porque, reconociendo que Chile tiene necesidades energéticas evidentes, no tenemos que recurrir a un modelo de producción que hace tanto daño al medio ambiente y tanto daño cultural a una región que tiene definido el turismo como vocación de crecimiento, y amenzar así a una cultura o estilo de vida de la cual me siento orgulloso.
Teme la llegada de miles de afuerinos que llegarían a trabajar en las faenas.-No quiero que ese pueblo se transforme en fuente de prostitución y droga y donde la gente nuestra pase a ser la marginal, la pobre. Me duele. Es la gente que hizo patria que estuvo ahí cuando no había nadie. No merecen ser tratados así. Me duele cuando llega una empresa -Endesa- y compra la voluntad de autoridades, de concejales con unos cuadernos con logo para las escuelas aprovechándose de necesidades básicas de gente pobre. Eso me produce un rechazo más allá de ser o no empresario. Yo no practico ese tipo de maniobras -dice visiblemente molesto.
Las vueltas de la vida. HidroAysén lo hizo también aliado del enemigo número uno de los salmones, Douglas Tompkins, el magnate ecologista estadounidense, quien dijo que esa industria debería desaparecer.-Nos conocimos en el campo en Cochrane. Conversamos. Coincidimos en el amor por la naturaleza. Soy un hombre de campo y vibro, al igual que él, con mantener un bosque, con el bienestar animal. Pero a diferencia suya creo que cuando uno está hablando de crear alimentos de dar empleo en países de bajos ingresos tiene que haber algún sacrificio. Pero duermo tranquilo. Defiendo una buena causa y si tengo que pagar un costo como empresario, lo pagaré no mas.
-¿Cómo es que un amante de la naturaleza está al mismo tiempo manejando una industria que sólo piensa en crecer, y a costa del medio ambiente?-No me resulta contradictorio, aunque al tamaño que ha llegado la industria comienzo a cuestionarme si no será mejor consolidar lo que tenemos y no estar en una carrera permanente de crecimiento. El mensaje que nos mandó la naturaleza con las enfermedades me lleva a preguntarme si es el momento de ordenar lo que tenemos y tener un crecimiento más sustentable en el tiempo. Entiendo los cuestionamientos que nos hacen desde fuera, vamos a tener que ser más cuidadosos porque, de lo contrario, las comunidades donde operamos van a estar en contra y seguramente un buen negocio se va a transformar en uno malo.
No es sencillo entrar a la planta de proceso que AquaChile tiene en las afueras de Puerto Montt. Una mujer un tanto hosca exige firmar un documento lleno de prohibiciones: No correr. No tomar fotografías. No usar anillos. No tocar.
Delantal, botas, guantes, mascarilla, red para el pelo, gorro. Aperado, Puchi se cepilla las botas con desinfectante y se echa alcohol en las manos. Se pone los guantes. Ingresa a paso corto. El suelo está mojado, de agua y de sangre. Parece un pabellón de operaciones. Apenas hay olor.
Por un lado entran los salmones muertos, evicerados. De un cuchillazo unos hombres fornidos los decapitan. Los parten en dos. Una máquina les saca el esquelón. Un rodillo tira las espinas. Las manos suaves de unas mujeres tiran con pinzas las más rebeldes. Algunos se desvían a la despieladora, pasan por los recorteros y, hechos filete, al túnel de frío.
Afuera están los camiones. En Estados Unidos, Europa, Japón, de los seis millones de personas del mundo que comerán un filete de salmón chileno, más de un millón habrá salido de AquaChile.